¡HASTA SIEMPRE MELCHOR!
Pensar en un México mejor, que sea igual para todos los mexicanos; sin injusticias, sin pobrezas, sin corrupción y en paz; muchos lo hemos deseado así, pero muy pocos dedicamos todo nuestro tiempo a luchar con pasión y fe por esos ideales. Son apenas unos cuantos los que desde diversas trincheras en altos cargos políticos o desde prósperas economías dan muestras con algunas señales para que la vida en el país sea mejor. Pero los mejores son aquellos que desde sus modestas posibilidades se entregan sin límite alguno y solo el de su salud y la disminución física de su cuerpo los detiene en su enloquecido y noble afán de cambiarlas cosas de pobreza milenaria y saqueado permanente. Uno de ellos fue Melchor Zizumbo Herrera, Melchor, como cariñosamente lo trataban sus amigos. Sus armas para sus fines eran la palabra hablada o escrita y su grande y generoso corazón para la gente que le escuchaba, especialmente aquella que mas necesidades tienen, para que por lo menos se conforman con voces que alimentan su esperanza. En sus constantes recorridos por los pueblos y regiones de casi todo Michoacán hizo amigos que esperaban su visita alentadora y optimista, llena de anécdotas divertidas y las últimas novedades del mundo falso de la política o del esperado triunfo del cambio verdadero.
Melchor era un hombre que gustaba de la lectura y leía cuanto libro caía en sus manos; sin que le faltara su lectura diaria de la Jornada y la revista Proceso. Había leído buena parte de los escritores mexicanos y latinoamericanos y desde luego los clásicos universales, conservando en su mente las frases e ideas claves de esos brillantes pensadores con lo cual enriquecía su amena y envolvente charla. Yo le conocía todas las facetas de su personalidad: alegre, solidario, perseverante, y dispuesto siempre a servir y ser útil. Pero nunca, la de su posible valor en los momentos antes de su muerte, ya anunciada por el desconsiderado especialista, del cruel y despiadado cáncer. Su apacible y tranquilo rostro ante los dolores y cercano final, me asombró gratamente en medio de mi tristeza contenida. ¡Hasta siempre querido hermano!.
Habré que esperar con fe y seguir su ejemplo, por esos anhelos, por los que el luchó y esperar que pronto un día felizmente se cumplan para satisfacción de los que en vida pusieron su pequeño, pero significativo granito, para tener por fin un México justo y luminoso para todos los mexicanos.